Atilio Disiot
Hay alguien detrás de la cámara
Baterías, cinta,
cable, micrófono. Baterías de repuesto. Atilio Disiot prepara el bolso y sabe
que, cuando el periodista diga “vamos”, él estará listo. Y el periodista confía
en que así sea.
Atilio es el único
camarógrafo de Canal Once de Punta del Este que luce pelo blanco. Tiene 63
años, y es de los primeros
“cámaras” de Maldonado. “En 1984 compré mi primera cámara, en un remate en Montevideo.
Era un video-tape, con rollo, como tenían los grabadores de audio”, cuenta
Atilio, como el hito que marcó el inicio de su carrera. “Me costó 450 pesos,
que en ese momento era una gran cantidad de dólares, un esfuerzo brutal”,
recuerda. Y jamás se arrepintió de pagar esa suma.
El interés por filmar fue algo que “se prendió” en
él, no existe una explicación lo suficientemente lógica. Se inició como
“socialero”, filmando en cumpleaños, en casamientos. Al tiempo, decidió dejar
de ser solo un aficionado y realizó un curso una empresa llamada Encuadres,
en la capital del país.
Atilio
nació en Minas. Su padre, italiano, poseía canteras de mármol. Atilio partió de
Lavalleja a los catorce años, sin ánimos de estudiar en le Escuela Agraria,
pero consciente de lo que significaba para sus padres que lo hiciera: “estudié porque solo eran tres años y quería
dar una satisfacción a mis padres”, confiesa. Atilio quería dedicarse a lo que
le apasionaba, como todo ser humano que se atreve a vivir de lo que ama.
Hoy, ser camarógrafo es, en primera instancia, su medio de
vida. “Tengo la suerte de
que para eso me pagan. No todos podemos trabajar en lo que nos gusta”,
reconoce.
Pero,
para filmar bien, no solo se necesita la pasión. El “bueno gusto, ser observador, saber utilizar las herramientas que se
tiene en las manos, eso es fundamental”, advierte Atilio, quien se reconoce un
detallista. “Lo que tomo en cuenta es eso, el detalle mínimo”, señala. “A veces
veo a un padre que está abrazando a su hijo cuando se está casando, y por ahí
le pone la mano por encima del hombro y yo filmo eso, la mano. En el último
casamiento al que fui lo hice y ni cuenta me di de que lo había hecho; fui con
el zoom e hice esa mano”, recuerda. Sus colegas se lo hicieron notar
luego, porque Atilio lo realiza de manera automática. Una “caricia especial” de
dos novios que se toman de la mano en el altar jamás pasará desapercibida si es
él quien mira tras la lente.
El camarógrafo, casi por definición, debe pasar
inadvertido, ser el testigo de lo que está sucediendo pero no participar. Es un
cómplice, pero no un actor. Al menos, eso dicen. En prensa, el periodista es la
cara visible del trabajo en equipo, el que se lleva los aplausos o los
abucheos. Atilio no lo siente de esa forma. “Eso no me interesa, porque yo sé
que sin mí no puede hacerlo. Yo sé que soy el 50 por ciento del trabajo”,
argumenta, consciente de la responsabilidad que acarrea por llevar una cámara
al hombro. (“Capaz que soy más del 50 por ciento, pero queda más simpático si
digo solo el 50”, confiesa entre risas).
“Para mí, no pasamos desapercibidos”, asegura. Como
camarógrafo, “soy el que marco de qué forma tiene que pararse el periodista;
trabajo mucho a contraluz, y si el periodista no me interpreta es muy difícil”,
agrega.
Eliana Moretti,
periodista y colega de Atilio, es de las que se encuentran del otro lado de la
lente. Sin embargo, reconoce que la labor del camarógrafo es “tan importante
como la del delante de cámara. Como periodista se tiene la responsabilidad porque
se está siendo visto y juzgado, pero quien esta detrás es tan importante porque
el trabajo claramente no estaría sin él. Aquí vale más el trabajo en equipo”.
Moretti cuenta que Atilio “es hiperactivo; siempre
anda moviéndose para todos lados. Le obsesiona la perfección”, afirma, y agrega
que esa obsesión da sus frutos: “Su trabajo es impecable”. Eduardo Batista,
también periodista del Canal, recuerda cómo ese andar apurado lleva a Atilio a
tropezar muchas veces. Literalmente: “Frente a la Jefatura hay un desnivel en la calle. Como él anda siempre
corriendo, un día se pegó un porrazo. Lo increíble es que cada vez que vamos y
pasamos por ese lugar se tropieza”, recuerda Batista, quien reconoce que “eso
le pasa por andar corriendo todo el tiempo”.
Para alguien que se siente más a gusto trabajando
solo que en conjunto con otros cámaras, nombrar a un “maestro” en lo
profesional parecería forzado. Pero no lo es. “Tuve la suerte de que nos diera un charla
Eduardo Ruiz, un camarógrafo de Canal 12 que falleció hace años. Era un
camarógrafo impresionante. Yo siempre me fijé de qué manera hacía las cosas",
reconoce.
-¿Quién es su referente en lo personal?
-No sé si lo tengo, no estoy tan seguro. ¿Puedo
contestar esa mañana?
Tal vez el ambiente de la televisión lo obligue a
repensar esta pregunta. “No es tan fácil como parece desde fuera”, señala, y
asegura que “hay compañeros que son más afines para trabajar, y otros no tanto.
Pero uno se va acostumbrando, y ellos se acostumbran a uno porque permanecemos
muchas horas juntos”, añade.
“Yo, por ejemplo, siempre prefiero hacer las
imágenes para vestir después de la nota, pero no siempre se da. Porque los
camarógrafos nos acostumbramos tanto que a veces no sabemos lo que está
diciendo el entrevistado”, cuenta, como si fuera una suerte de defecto
compartido entre los camarógrafos, víctimas de la vorágine del trabajo diario.
Atilio cree que, más que evolucionar, la televisión ha involucionado.
No
soporta el desorden. “Cables por el
piso, que a último momento se tengan en cuenta las cosas”, es el tipo de cosas
que lo hacen “explotar”. “Miro eso, me enojo y, ahí, me peleo con mis
compañeros”, confiesa. “Soy muy explosivo, muy sensible; no lo demuestro, pero
lo soy. Me afecta cualquier pavada, me preocupa cualquier pavada. Y me
gusta tener muy buena camaradería con mis compañeros”, cuenta de sí mismo.
Ha dedicado mañanas enteras a etiquetar las cintas
con el número correspondiente, y a colocarlas en el estante en orden creciente.
Cuando llega de hacer una nota, se dirige de inmediato a la carpeta roja de los
camarógrafos, anota el número de cinta, el tema de la entrevista, la posición
en la que se encuentra en el mini dv. Piensa que, ojalá, todos hicieran lo
mismo.
Atilio
ama tanto su trabajo, que muchas veces dedica su tiempo libre a preparar
sociales, por ejemplo. Sin embargo, reconoce que su familia –su señora y sus
dos hijas- son su base: “No lo digo
por protocolo, sino porque es verdad. Me aboco muchísimo a ellas”.
Un ojo redondo y muy celeste se cierra, el otro se
abre al máximo. Mira a través de la lente. Ajusta el zoom. Enfoca y
desenfoca, le gusta ese efecto. Cuando cree que el encuadre y la luz son
perfectos, Atilio filma.